martes, 13 de abril de 2010

EVA DE CONTINENTES DESIERTOS


Eric Pantoja

Hasta la ventana de mi casa llega un tren de esos angustiosamente interminables; el sonido de su rodada sobre la vía es de un sabor tecleado suave y dulce; el repiqueteo en el metal sueña lo mismo cuando nos vernos. Nunca he visto el final de la vía, porque se pierde al juntar sus extremos; pero es placentero abanicar mis dedos y formar espuma de colores con la estela de aromas que trae y ver el polvo caer sobre mis pies.
Un día que hizo parada, el vapor y la música llenaron de violetas el atardecer y de bruma el aire. Bajó una gota aturdida de movimiento. La respiración la trajo hasta mis manos. Su pelo desaliñado se revolvía como ahora que voltea y me arroja uno de sus zapatos para que me ría de su chiste. Me dijo en tono serio pero alegre, que llevaba un viaje en su velíz y quería descansar antes de concluirlo; claro, lo dijo, aquí está lo que poseo y se lo mostré palpitando en todos lados.
Ella es algo que no acabo de conocer. Tira el otro zapato y me pega. Ríe poniéndose el peine en la boca, para tener las manos libres y acariciarme. Frío, resisto sus juegos de niña a caballo, la he visto caminar, comer en la misma mesa donde yo comía solo, o desvestirse y subir a la cama. Dice que la vida se chupa y sabe dulce, pero puede ser una excuso para permanecer echados al olvido y morir; ella sobre mí y yo sobro ella; ella arrebatada en sus berrinches, yo en el éxtasis del silencio, del calor de su piel y de su pelo sobre la cara.
No sé describirla, se moja con la lluvia o suelta una carcajada en el instante más crítico de un funeral. Le he gritado por coraje o impotencia o hasta para descubrirla, pero no necesita carabelas, lo primero que encuentra cerca es apropiado para defenderse.
La observo inanimado por su presencia y sus palabras. Cuenta algo que pasó y lo que va a hacer; utiliza ese lenguaje con el que mueve inviernos. Se levanta bruscamente porque no contesto; vuelve a sentarse, ahora sin decir nada. Este silencio es más aterrador que las palabras. Por todos lados hay huellas; en el pasillo, la puerta, la cama, en mi cuerpo. Hoy me levanté a tomar el calor que deja la noche y encontré su maleta en otro sitio. ¿No te vas a quedar para siempre?, le pregunté; ella nada más sonrío y me besó
-voy a esperar el tren- dijo.
Quise cortar su historia cuando ella pretendía comenzar a subir la montaña. Repicando con el metal interminablemente angustiante, su mano se aproximó revolviendo el color y su perfume desgastando la roca con cada silbido del tren. Porque eran muchos los trenes que habíamos visto pasar y muchas las gotas que caen y resucitan el mar.

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