martes, 13 de abril de 2010

Puente

! YA ESTA AQUÍ !


Eric Pantoja

-¡Ya esta aquí! - dijo ella, mordiéndose las uñas
- ¿Quién?
- El señor.
- ¡No mames!
- No, ahí está afuera.
-¿Cómo le haremos? — dijo el por último y se puso a dar vueltas como enjaulado.
Poco a poco fue apareciendo en el suelo un surco. Ella también acabó con sus uñas.
-¡No mames! — Volvió a decir— ¿Ahora que hacemos?
Otra vez silencio, interminable.
Afuera hacía tanto calor que todo parecía derretirse.
-Si quieres le digo que vuelva mañana.
-No, se va a enojar.
-Entonces hacemos como que no estamos.
—No se la va a creer.
-Bueno pues, le decimos que Nó.
El no contestó y siguió caminando. Los dos siguieron cavando la misma fosa. Con el viento que comenzó a soplar y el silencio terminaron enterrados en el hoyo que fabricaron con sus preocupaciones. Afuera el señor se había evaporado.

SE DIO CUENTA QUE HABÍA MENTIDO


Eric Pantoja

Todo ese tiempo no había dicho más que mentiras y se imaginó una confusión tan oscura como el silencio en los cabellos de ella. Para no mentirle de nuevo dijo— No tengo miedo perderte.
— ¿Por qué?
— porque ya te perdí- y siguió desenmarañándole el pelo con los dedos.
— ¿Me quieres?— preguntó ella.
—No se.
—Digo, lo suficiente como para casarnos.
—Creo que no.
En silencio, volvió a tomarla, le abrió las piernas y se metió muy suavemente en medio; sus bocas circundaban con la lengua los dientes y resbalaban los labios.
El se desvaneció en su vulva, como otra mentira dicha para siempre.

EVA DE CONTINENTES DESIERTOS


Eric Pantoja

Hasta la ventana de mi casa llega un tren de esos angustiosamente interminables; el sonido de su rodada sobre la vía es de un sabor tecleado suave y dulce; el repiqueteo en el metal sueña lo mismo cuando nos vernos. Nunca he visto el final de la vía, porque se pierde al juntar sus extremos; pero es placentero abanicar mis dedos y formar espuma de colores con la estela de aromas que trae y ver el polvo caer sobre mis pies.
Un día que hizo parada, el vapor y la música llenaron de violetas el atardecer y de bruma el aire. Bajó una gota aturdida de movimiento. La respiración la trajo hasta mis manos. Su pelo desaliñado se revolvía como ahora que voltea y me arroja uno de sus zapatos para que me ría de su chiste. Me dijo en tono serio pero alegre, que llevaba un viaje en su velíz y quería descansar antes de concluirlo; claro, lo dijo, aquí está lo que poseo y se lo mostré palpitando en todos lados.
Ella es algo que no acabo de conocer. Tira el otro zapato y me pega. Ríe poniéndose el peine en la boca, para tener las manos libres y acariciarme. Frío, resisto sus juegos de niña a caballo, la he visto caminar, comer en la misma mesa donde yo comía solo, o desvestirse y subir a la cama. Dice que la vida se chupa y sabe dulce, pero puede ser una excuso para permanecer echados al olvido y morir; ella sobre mí y yo sobro ella; ella arrebatada en sus berrinches, yo en el éxtasis del silencio, del calor de su piel y de su pelo sobre la cara.
No sé describirla, se moja con la lluvia o suelta una carcajada en el instante más crítico de un funeral. Le he gritado por coraje o impotencia o hasta para descubrirla, pero no necesita carabelas, lo primero que encuentra cerca es apropiado para defenderse.
La observo inanimado por su presencia y sus palabras. Cuenta algo que pasó y lo que va a hacer; utiliza ese lenguaje con el que mueve inviernos. Se levanta bruscamente porque no contesto; vuelve a sentarse, ahora sin decir nada. Este silencio es más aterrador que las palabras. Por todos lados hay huellas; en el pasillo, la puerta, la cama, en mi cuerpo. Hoy me levanté a tomar el calor que deja la noche y encontré su maleta en otro sitio. ¿No te vas a quedar para siempre?, le pregunté; ella nada más sonrío y me besó
-voy a esperar el tren- dijo.
Quise cortar su historia cuando ella pretendía comenzar a subir la montaña. Repicando con el metal interminablemente angustiante, su mano se aproximó revolviendo el color y su perfume desgastando la roca con cada silbido del tren. Porque eran muchos los trenes que habíamos visto pasar y muchas las gotas que caen y resucitan el mar.

lunes, 12 de abril de 2010

CONTINENTES DESIERTOS


Eric Pantoja


Una ráfaga empuja la puerta con violencia y entra, da una vuelta para inspeccionar la habitación, indaga dentro del ropero y se tambalean los estantes llenos de libros. La luz de la 1ampara mueve las sombras de los objetos. El aire revuelve las últimas hojas de papel sobre el escritorio alumbrado con un rayo tenue del crepúsculo. Las hojas revolotean por el cuarto y salen por la ventana como si se tratara de confeti. Salen a empaparse con las humedades de esa tarde lluviosas de espejos en el suelo y chispas de sol. El eco de la marcha golpea los adoquines. El paso marcial mira descender el confeti. Una a una las hojas caen para servir de tapete a las botas. Al pasar sobre ellas el agua y los tacones quieren despedazarlas y dejarlas en blanco. En el fondo de un charco la palabra María aun ve al pelotón doblar la esquina. Ese nombre había sido lo único en pie dentro de la casa, en la ciudad, en las viejas sombras de piedra. Los que se quedaron quieren seguir construyendo estructuras debajo del derrumbe. Aque11os que salieron lograron mirar más alto y ver que casi todo era devastación.