martes, 6 de julio de 2010

Al rededor de la luz

Eric Pantoja

La velocidad automática. La luz automática. Llegas queriendo prender claridad y dejes el cariño por ahí para que se cubra de olvido. Ves la alacena tan llene de trastos y latas que mejor vas al refrigerador a sacar lo primero que encuentras. Llenas tu sed con un vaso de agua. Te sientas. La cuchare entra despacio en la boca y ensucie la blancura que cuidas en el cuerpo. ¿Qué irán a decir los vecinos por tu sonrisa? La oficina, el informe pendiente, el oficio al correo. El sabor a humo resbala con un trago por la garganta. Algún día esto y el pan remojado en el café no guardaran más nostalgia que el bilé que borras con la servilleta. Terminas y vas al baño a limpiar esa mirada que se pega en tu cuerpo estremeciéndote. Ya no es la mirada qua inventaste cuando el primer deseo éxito los rubores en tu piel. El aire que movías al caminar revolvía tu pelo a la hora en que el sol iluminaba de reojo tu falda. Aun lo esperes.

Los insectos giren el rededor del foco. Tienes sed. La luz se refleja en el agua que cae al lavabo. Ves como en una pantalla y en cámara lente tu ultimo beso en le boca. Mueves con un dedo el agua para borrar los reflejos. Destapas la coladera y se forma un torbellino. La espuma del Jabón se deshace en una tempestad que succiona tus vísceras llevándolas por un camino de soledad hasta el espejo.

Alguien te pedirá que los acompañes a los paseos, al concierto. Dejaras el fastidio y saldrás por compromiso. Quizá para ver sus ojos o sus hombros. Te acordaras de hoy, del espejo, del remolino; de que caminaste en un día de trajín, de ruido, de teclas, de tu suéter rosa. En algún lugar en un paseo, en el parque o en el cementerio el día de tu entierro recordaras que hoy encontraste pájaros como los que conociste cuando tu madre te llevó por primera vez al campo y a tu alrededor no veías fin. Preguntaste -hacia donde se camina desde ese punto- Señalaste en el cielo una parvada haciendo malabares. El día de tu muerte querrás verlos por última vez.

Hoy sentada en el parque, te dieron ganas de seguir con el índice el recorrido de las palomas. Pero al mirar al cielo las gotas mojaron tu cara. Las palomas volaron a refugiarse. Te preguntas si serán las mismas, ¿cómo será el día de tu entierro? ¿quien cargara la caja hasta la tumba. Crees que tu vida seguirá transcurriendo igual a pesar de la metamorfosis en que incursionas: un camino a donde no llega la claridad que prometieron tus padres, sacerdotes, maestros. Hoy escuchas la misma música que entonces. Ya no confíes en el amor: esa covacha que se construye para guarecerse de la intemperie. Ni siquiera te habías dado cuenta que el lavabo se desborda. Quites el tapón de la coladera y vuelves a ver el remolino devorándote.

Sientes sed. Ayer mecías ilusiones a cada paso que dabas, ahora quieres extraer realidad de los ruidos de tus ataduras. Esa vez hiciste caso a los consejos. Veías un laberinto en sus palabras y te creíste engañada. Esta voz es la de aquella tarde dando vueltas a las palabras. Dijo que moría de ganas por acariciar tu sonrisa y beber tu agua. Te conformarías con que el teléfono sonara otra ves y dijera tener les mismas ganas. Aquella vez su imagen salió de la bocine como una burbuja. Su respiración se hizo mas agitada; su “o” pronunciada circularmente eran música que llenaba las entrañas de lumbre. Un prurito cosquilleaba la imagen de sus besos. Creíste que desearse era aprender el amor como niños. Decías pulsar su sexo al ritmo de tu canción. Más fuerte, más apretado. Bajaste le mano y sentiste sus palabras dentro de tu cuerpo y el miedo resonando en tus oídos. Cuando mas querías oírlo un”no” que se escapo de tu boca, comenzó a enfriar la humedad diciendo que colgares.

No acabas con tu sed. Piensas que esos bichos fastidiando alrededor de la luz sólo han de querer subir hasta el lugar que no han tenido. Blancura automática. Timbre automático sonando en mil frustraciones. Pero la tristeza se hizo compañera de la resignación y bailaban una danza que te distraía cuando te hiciste amente de caminar por las tardes buscando un lugar donde comer con poca luz y leves esperanzas de encontrarlo. La luna caminaba junto a ti, las hojas recorrían tus silencios y las gotas navegaban tus yugos de regreso a Casa.

Hoy divagas exprimiendo recuerdos al rededor de la luz. Giras al compás de las ganas. Quieres olvidarte de los otros para no reconocer el espejo. Sabes que estas parada bajo el sol y que le das vueltas, que en el punto de le tierra en done estés siempre caminas hacia abajo. El techo se cae y las paredes asfixian. La luna te mira y te de vergüenza. Das un trago interminable al chorro que sale por la llave. Miles de rostros se arremolinan en la cara de la luna que mueve los vidrios, las fracturas, las esquirlas. Su voz estallando en medio de la noche, en los deseos, en la ternura que rasgas clavándosete las mentiras; las que entren y salen de rojo sin cambiar nada. Ves como el río se lleva tus arrugas y ese rostro que no quieres ver, que maldices por el rencor que no puedes dejar salir. Quieres manchar tu vientre, tus senos, tus piernas, y liberarte de pagar esa sed que te muestren los pedazos de espejo. Sed automática. Luz automática. Blancura automática.