Blanca en el cuarto de baño, recoge una pócima de hierbas que
su Madre ha hecho para protegerla y la
diluye en el agua caliente de una tina. Luego,
al verter el agua de hierbas, olorosa a tibieza y resbalar desde el cabello
como caricia hasta sus senos o haciendo diminutas ondas en su cuerpo, Blanca recuerda la
lluvia del primer beso y los charcos de su regreso a casa, las historias de mar
que el pescador llevaba a todas partes y la imagen de la cara mojada por
cientos de tormentas. Las gotas recorren el mismo camino, por el vientre, por las
caderas. Los recuerdos le muestran los labios de la noche -siempre los mismos
labios- dibujando la sonrisa que desea probar. Y espera mientras el agua
escurre por las piernas, por los pies, por el suelo, por la noche; cayendo gota
a gota o haciendo olas concéntricas en el estanque de sus pensamientos.
Una figura etérea
la observa desde las sombras.
-Espera que tu cuerpo aprenda a sobrevivir la
sed que tendrá cuando lleguen los días de sol a tus labios; por lo menos hasta
que pueda tocarte. He conocido las historias de los que murieron después de tu
piel. Y tu madre se burla de otros tantos rumores que la lluvia trajo. Como el
del pintor que se hechizó con tu mirada mientras tocabas tus contornos. Él
rompió los lienzos y salió a llorar la impotencia de su ceguera. Tu voz jugaba
con las palabras, acariciando la habitación, despreocupada del tiempo, los colores, los pinceles y las
lágrimas de un hombre más en la lista de tu madre. Pero el de la lástima es el
pescador, que sin poderte tocar dejó el mar y vino a encontrar otro lugar donde
ahogarse-
-Te amo y lo digo aunque nunca puedas
escucharme. Sé que eres sólo una fricción en la piel que te envuelve de magia,
por eso tan pequeña, pero tan irresistible que no puedo detener el impulso de
alargar la mano y tomar un beso de tu boca-
Blanca entra
en una habitación llena de pinceles y lienzos. Ahí se encuentra un hombre. Blanca llegó llenando la transparencia
con su perfume, contando las aventuras que encontró en la calle, pero sus
palabras fueron a dar en unos oídos que sólo querían un gemido, un chasquido o
un grito; palabras que pararon cuando él pasó por sus labios un beso y le contó
al oído, la historia de un sol en occidente que todos los días ansía meterse al
océano para apagar su fuego y no logra más que anegarse de ganas por volver a
bañarse en el oleaje de Blanca. Ella cerró los ojos para sentir la lluvia con
la historia del mar y el sueño de una red, un bote, una tormenta meciéndola, el
viento hinchando su cabello, y las olas cada vez más altas. En la punta de una
embarcación, retando el viento, se diluyo con la espera en los labios. Al abrir
los ojos todavía alcanzó a sentir la lluvia escurriendo por sus mejillas,
inventándole la idea de estar dormida y sola.
Blanca entra
en su dormitorio, es noche, la luz de la luna es lo único que ilumina. Regresa
a su cuarto, a olvidar el pelo de su último amante como olvida los juegos que cambia por el
bordado en aros o el despertar de sus senos. En la habitación, el vacío se
ensancha en los cajones, los recipientes, el color de las paredes, la
profundidad del techo. El espejo refleja la ventana y la trampa de ver sus ojos
en un plano que se toca y se empaña. Ella se pierde en un rayo de luna,
tentando la inmensidad de la soledad y el espacio cósmico que solo llena el
aire que respira.
La figura etérea
la observa, esta vez más cerca, ella no alcanza a verla, pues esta acostada a
punto de dormir.
- Ya siento el
olor de tu piel y el radiante movimiento de tu figura. Percibo el calor de tu
lecho y la angustia por tocar tu boca siempre húmeda, el devenir de
contradicciones que es tu tiempo. Pronuncio tu nombre en silencio para que
sueñes y disfrutes del tacto como yo de tenerte enfrente. Quito las sabanas
despacio y divago en la imagen de tus costas. Mis ojos son lengua recorriendo
la sal de esa playa donde han escurrido tantas lágrimas sin que tus labios
dejen de tener agua. Regreso a donde tu fuego sale como huracán inundándote.
Quiero meterme en tus noches, una por una, acariciando las líneas de tu palma y
regresar como el oleaje, con un nuevo perfume en el cuerpo. Penetro en tus
caricias. Soy luz. Me posees como se toma un vaso con agua. Me aprietas, me
rasguñas, me haces sangrar. Se estremece la cama, la puerta, las paredes, la
ventana, el espejo, la luna, las sábanas en el piso, tus zapatos, y el viento
sale a la ciudad diciendo que me has amado y no he muerto, porque sabe que de
un fantasma sólo se tienen recuerdos-
Blanca piensa
que el amor se parece a la muerte, por eso se pone la ropa para meterse al día
y sellar su corazón. Escoge la banqueta a la derecha. Camina con la mirada en
el suelo. Sabe que la esperan y en que ventana la observan. Sube los escalones
y frente al sol toca la puerta. Casi nadie le toma importancia, sino a su
vestido de flores que vuela con el viento. Se abre la puerta y entra dejando
fuera el perfume de su piel, mezclado con la mañana.
Termina otro día
como los pasados. La madre con la risa rebotando en el vientre le acaricia el
pelo y el agua de hierbas escurre hasta el estanque. Los aros para costura caen
de las manos y ruedan por el piso. Salen de la casa, brincan por las escaleras
y siguen. Ella los ve alejarse esperando
alguna vez terminar de bordar el corazón que se quedó en el mero centro de la
tela.